Muchas veces le he declarado la guerra al tiempo, y no he sido la única. A veces quisiéramos que los minutos pasaran más lento, otras que fueran más rápido, o luego quisiéramos que un momento se volviera eterno. Pero por más que intentemos, el tiempo corre y sólo nos queda aprovecharlo.
Alguna vez escuché que justo cuando las personas tienen hijos, es cuando comienzan a darse cuenta (ya en serio) de que el tiempo pasa. Pero qué le hacen, además del espejo que se los restrega día a día, hay otras cosas que te hacen decir “¡no mamar! ya tengo X tiempo con esto, wey”, y una de ellas son los blogs.
Justo hoy, Mexicana Yo Soy -su blog de confianza- cumple otro año más (ya 2). Ni me la creo al 100, pero tampoco rechazo la idea.
Éste no fue el mejor año porque le di rienda suelta a mi inconstancia. No pondré pretextos ni justificaciones tontas. Simplemente quiero agradecer a aquéllos que me leen, a los que comentan (independientemente de si leen o no) y a los seguidores.
domingo, 9 de mayo de 2010
sábado, 8 de mayo de 2010
Ni adelgazando ni empeñando
No era la primera vez que me enamoraba de un objeto. De hecho, soy tan materialista que suelo idealizarme con gadgets novedosos y multifuncionales. Sin embargo, ésta era la primera vez que mi feminidad salía a flote y me había enajenado con un vestido de noche. Y claro, como toda primera vez, el vestido que no estaba a mi alcance: lo que tenía de hermoso lo tenía de caro y de pequeño...
Ése día andaba haciéndome mensa un rato en un Outlet de cierta fama local acá al norte de la Ciudad de México. De repente me acordé que en unos cuantos meses sería mi graduación y me puse a buscar un vestido multiusos ad hoc a la ceremonia y a la fiesta. Vamos, tanta fue mi búsqueda que hasta descubrí tiendas que jamás había visto, y eso que soycliente visitante frecuente.
Pero bueno, el punto es que en la búsqueda me topé con una tienda que tenía los vestidos más hermosos y elegantes. Todos y cada uno de ellos eran geniales, pero el que escogí estaba en la cima, casi casi era de otro nivel... Para que me comprendan: es como si un geek llevara más 1 mes perdido en el desierto, sin comunicación alguna, y de repente se encuentra un iPad con wifi: ¡lotería!. Eso mismo sentí (bueno, no tanto júbilo pero algo así).
No lo pensé, corrí al probador y me lo medí. “Oh sí, es una belleza, mira, mira, ¡qué bien se ve! Mejor de como lo quería...” Ni siquiera había checado el precio y ya estaba dispuesta a comprarlo. Pero oh sorpresa, el vestido no estaba destinado para mí y ándale gorda: el cierre no me cerraba.
“Señorita, ¿me puede traer la talla que sigue?” le dije a la vendedora pero me dijo que ya no había más tallas. Yo le supliqué que hicera algo, que llamara a otras tiendas o así, pero como era Outlet esa alternativa no aplicaba.
Entonces la única opción que me quedaba era la menos fiable: adelgazar para caber en el vestido. Lo ideal hubiera sido llevármelo y luego adelgazar (aunque nadie me aseguraba que lo fuera a lograr). Pero oh sorpresa #2: el vestido estaba bien pinche caro y si lo quería comprar tendría que empeñar mis gadgets favoritos. Fue ahí cuando le pensé: “¿qué tal que no adelgazo? ni mi empeñada”. Así que toda cabizbaja salí de la tienda dispuesta a adelgazar y, quizá con mucha suerte, encontrar el mismo vestido unos kilos después.
Luego de 2 meses regresé al Outlet pero sin la misma esperanza. Fui a la tienda a ver si el vestido seguía ahí. Tuve mucha suerte, sí estaba. Pasé al probador y me lo puse. Y oh sorpresa #3: ahora sí me subía el cierre. Por gracia del espiritú santo el vestido creció o quizá se lo probó una más gorda y lo hizo más grande... no sé, pero ya me quedaba perfecto. Me vi en el espejo y me ego incrementó exponencialmente. Para que me entiendan, el sentimiento se compara con el de un programador frustrado que lleva 10 meses haciendo un código imposible que nomás no le queda, entonces un día tiene ganas de mandar todo al carajo pero hace un último intento y voilà: todo se arregla y el programa queda listo.
¡Ya estaba! Me formé para pagarlo porque hasta eso, según yo el vestido costaba sólo 1/3 del precio de aquella vez. “En serio que Dios me ama” era lo que pensaba mientras esperaba en la fila. A todas las personas que entraban a la tienda les presumía el vestido “está bien bonito, ¿verdad? ¡y nada más cuesta $990.00!”. Luego la cajera me pidió mis datos para avisarme cuando hubiera más ofertas y así. Obviamente se los di con mucho gusto.
- Señorita, le cobro... son sh-sh novecientos noventa pesos, por favor -lo dijo en un tono bajo y muy rápido a la vez.
- ¿Perdón?
- Sí, son sh-sh novecientos noventa
- ¿Cuánto?
- Son DOS MIL NOVECIENTOS NOVENTA pesos
¡En la madre! Que de la nada le suban $2,000 a tu gadget favorito, o en este caso al vestido, al momento de pagar es demasiadoooo . Y más porque mi mísera economía no da para tanto.
No sabía qué hacer. “¿Me lo compro, no me lo compro?” era la pregunta del millón (o de los 2,000 pesos, más bien). “¿Me endeudo o me aguanto? ¿Empeño mis gadgets o simplemente declino?”
Ése día andaba haciéndome mensa un rato en un Outlet de cierta fama local acá al norte de la Ciudad de México. De repente me acordé que en unos cuantos meses sería mi graduación y me puse a buscar un vestido multiusos ad hoc a la ceremonia y a la fiesta. Vamos, tanta fue mi búsqueda que hasta descubrí tiendas que jamás había visto, y eso que soy
Pero bueno, el punto es que en la búsqueda me topé con una tienda que tenía los vestidos más hermosos y elegantes. Todos y cada uno de ellos eran geniales, pero el que escogí estaba en la cima, casi casi era de otro nivel... Para que me comprendan: es como si un geek llevara más 1 mes perdido en el desierto, sin comunicación alguna, y de repente se encuentra un iPad con wifi: ¡lotería!. Eso mismo sentí (bueno, no tanto júbilo pero algo así).
No lo pensé, corrí al probador y me lo medí. “Oh sí, es una belleza, mira, mira, ¡qué bien se ve! Mejor de como lo quería...” Ni siquiera había checado el precio y ya estaba dispuesta a comprarlo. Pero oh sorpresa, el vestido no estaba destinado para mí y ándale gorda: el cierre no me cerraba.
“Señorita, ¿me puede traer la talla que sigue?” le dije a la vendedora pero me dijo que ya no había más tallas. Yo le supliqué que hicera algo, que llamara a otras tiendas o así, pero como era Outlet esa alternativa no aplicaba.
Entonces la única opción que me quedaba era la menos fiable: adelgazar para caber en el vestido. Lo ideal hubiera sido llevármelo y luego adelgazar (aunque nadie me aseguraba que lo fuera a lograr). Pero oh sorpresa #2: el vestido estaba bien pinche caro y si lo quería comprar tendría que empeñar mis gadgets favoritos. Fue ahí cuando le pensé: “¿qué tal que no adelgazo? ni mi empeñada”. Así que toda cabizbaja salí de la tienda dispuesta a adelgazar y, quizá con mucha suerte, encontrar el mismo vestido unos kilos después.
Luego de 2 meses regresé al Outlet pero sin la misma esperanza. Fui a la tienda a ver si el vestido seguía ahí. Tuve mucha suerte, sí estaba. Pasé al probador y me lo puse. Y oh sorpresa #3: ahora sí me subía el cierre. Por gracia del espiritú santo el vestido creció o quizá se lo probó una más gorda y lo hizo más grande... no sé, pero ya me quedaba perfecto. Me vi en el espejo y me ego incrementó exponencialmente. Para que me entiendan, el sentimiento se compara con el de un programador frustrado que lleva 10 meses haciendo un código imposible que nomás no le queda, entonces un día tiene ganas de mandar todo al carajo pero hace un último intento y voilà: todo se arregla y el programa queda listo.
¡Ya estaba! Me formé para pagarlo porque hasta eso, según yo el vestido costaba sólo 1/3 del precio de aquella vez. “En serio que Dios me ama” era lo que pensaba mientras esperaba en la fila. A todas las personas que entraban a la tienda les presumía el vestido “está bien bonito, ¿verdad? ¡y nada más cuesta $990.00!”. Luego la cajera me pidió mis datos para avisarme cuando hubiera más ofertas y así. Obviamente se los di con mucho gusto.
- Señorita, le cobro... son sh-sh novecientos noventa pesos, por favor -lo dijo en un tono bajo y muy rápido a la vez.
- ¿Perdón?
- Sí, son sh-sh novecientos noventa
- ¿Cuánto?
- Son DOS MIL NOVECIENTOS NOVENTA pesos
¡En la madre! Que de la nada le suban $2,000 a tu gadget favorito, o en este caso al vestido, al momento de pagar es demasiadoooo . Y más porque mi mísera economía no da para tanto.
No sabía qué hacer. “¿Me lo compro, no me lo compro?” era la pregunta del millón (o de los 2,000 pesos, más bien). “¿Me endeudo o me aguanto? ¿Empeño mis gadgets o simplemente declino?”
¿*? ¿*? ¿*? ¿*? ¿*?
Ja, a la mera hora mi feminidad resultó ser muy débil: no me compré el vestido. No tenía por qué ser mío: ni adelgazando, ni empeñando, ni llorando, ni vendiendo mi alma, ni corriendo en círculos: NO, ese vestido no era para mí. Así que salí de la tienda con las manos vacias y mi único consuelo fue “con un poquito más hasta me anda alcanzando para el iPad”
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ya ni llorar es bueno
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