sábado, 8 de mayo de 2010

Ni adelgazando ni empeñando

No era la primera vez que me enamoraba de un objeto. De hecho, soy tan materialista que suelo idealizarme con gadgets novedosos y multifuncionales. Sin embargo, ésta era la primera vez que mi feminidad salía a flote y me había enajenado con un vestido de noche. Y claro, como toda primera vez, el vestido que no estaba a mi alcance: lo que tenía de hermoso lo tenía de caro y de pequeño...

Ése día andaba haciéndome mensa un rato en un Outlet de cierta fama local acá al norte de la Ciudad de México. De repente me acordé que en unos cuantos meses sería mi graduación y me puse a buscar un vestido multiusos ad hoc a la ceremonia y a la fiesta. Vamos, tanta fue mi búsqueda que hasta descubrí tiendas que jamás había visto, y eso que soy cliente visitante frecuente.

Pero bueno, el punto es que en la búsqueda me topé con una tienda que tenía los vestidos más hermosos y elegantes. Todos y cada uno de ellos eran geniales, pero el que escogí estaba en la cima, casi casi era de otro nivel... Para que me comprendan: es como si un geek llevara más 1 mes perdido en el desierto, sin comunicación alguna, y de repente se encuentra un iPad con wifi: ¡lotería!. Eso mismo sentí (bueno, no tanto júbilo pero algo así).

No lo pensé, corrí al probador y me lo medí. “Oh sí, es una belleza, mira, mira, ¡qué bien se ve! Mejor de como lo quería...” Ni siquiera había checado el precio y ya estaba dispuesta a comprarlo. Pero oh sorpresa, el vestido no estaba destinado para mí y ándale gorda: el cierre no me cerraba.

“Señorita, ¿me puede traer la talla que sigue?” le dije a la vendedora pero me dijo que ya no había más tallas. Yo le supliqué que hicera algo, que llamara a otras tiendas o así, pero como era Outlet esa alternativa no aplicaba.

Entonces la única opción que me quedaba era la menos fiable: adelgazar para caber en el vestido. Lo ideal hubiera sido llevármelo y luego adelgazar (aunque nadie me aseguraba que lo fuera a lograr). Pero oh sorpresa #2: el vestido estaba bien pinche caro y si lo quería comprar tendría que empeñar mis gadgets favoritos. Fue ahí cuando le pensé: “¿qué tal que no adelgazo? ni mi empeñada”. Así que toda cabizbaja salí de la tienda dispuesta a adelgazar y, quizá con mucha suerte, encontrar el mismo vestido unos kilos después.


Échale ganas...



Luego de 2 meses regresé al Outlet pero sin la misma esperanza. Fui a la tienda a ver si el vestido seguía ahí. Tuve mucha suerte, sí estaba. Pasé al probador y me lo puse. Y oh sorpresa #3: ahora sí me subía el cierre. Por gracia del espiritú santo el vestido creció o quizá se lo probó una más gorda y lo hizo más grande... no sé, pero ya me quedaba perfecto. Me vi en el espejo y me ego incrementó exponencialmente. Para que me entiendan, el sentimiento se compara con el de un programador frustrado que lleva 10 meses haciendo un código imposible que nomás no le queda, entonces un día tiene ganas de mandar todo al carajo pero hace un último intento y voilà: todo se arregla y el programa queda listo.

:D


¡Ya estaba! Me formé para pagarlo porque hasta eso, según yo el vestido costaba sólo 1/3 del precio de aquella vez. “En serio que Dios me ama” era lo que pensaba mientras esperaba en la fila. A todas las personas que entraban a la tienda les presumía el vestido “está bien bonito, ¿verdad? ¡y nada más cuesta $990.00!”. Luego la cajera me pidió mis datos para avisarme cuando hubiera más ofertas y así. Obviamente se los di con mucho gusto.

- Señorita, le cobro... son sh-sh novecientos noventa pesos, por favor -lo dijo en un tono bajo y muy rápido a la vez.
- ¿Perdón?
- Sí, son sh-sh novecientos noventa
- ¿Cuánto?
- Son DOS MIL NOVECIENTOS NOVENTA pesos

¡En la madre! Que de la nada le suban $2,000 a tu gadget favorito, o en este caso al vestido, al momento de pagar es demasiadoooo . Y más porque mi mísera economía no da para tanto.

No sabía qué hacer. “¿Me lo compro, no me lo compro?” era la pregunta del millón (o de los 2,000 pesos, más bien). “¿Me endeudo o me aguanto? ¿Empeño mis gadgets o simplemente declino?”


¿*? ¿*? ¿*? ¿*? ¿*?


Ja, a la mera hora mi feminidad resultó ser muy débil: no me compré el vestido. No tenía por qué ser mío: ni adelgazando, ni empeñando, ni llorando, ni vendiendo mi alma, ni corriendo en círculos: NO, ese vestido no era para mí. Así que salí de la tienda con las manos vacias y mi único consuelo fue “con un poquito más hasta me anda alcanzando para el iPad”

7 comentarios:

Rubo dijo...

Jajaja, qué bonito. Yo digo que te lo hubieras robado desde la primera vez, igual con la corretiza lograbas que te entrara. 2x1 y así.

alexnike90 dijo...

Entiendo como se sienten los programadores frustados que hacen ese último intento antes de darse por vencidos y logran su objetivo =)

es asi como: plop! achievement unlocked

Vie[n]na dijo...

Creeeeeo que para un vestido de graduacion hubiera estado bien la inversion, pero si le sumas zapatos, accesorios blah blah... si te andas gastando otro tanto más...
...y luego para usarlo otras 2 veces si bien te va...
yo digo que tomaste una buena desicion!!! :D
saludazos!!

Juan Antonio dijo...

jejeje lo que idces de los progrmadores me paso hace un rato, xD se siente genial!

Bárbara Gómez dijo...

@Rubo: ¿2x1? jaja, eso sólo las pizzas

@alexnike90, @Juan Antonio: verdad que es la pura gloria?

@Vie[n]na: muchas cosas serían buena inversión si fuera millonaria... sniff

Anónimo dijo...

Excelente elección.
Mejor un iPad, y seguir con las garras de siempre.
Mh... escribes muy lindo, me caes bien sin conocerte. :)

Anónimo dijo...

jajajja buenisimo lo que te ocurrio y digo eso, porque a muchas nos ha pasado eso de querer algo y estamos de intensas tratando de conseguirlo, jajajaja... si aveces simplemente queremos lo que no podemos tener :(