martes, 2 de julio de 2013

Jugando a ser adulto

Hace algunos ayeres, tenía muchas ganas de tener un cambio en mi vida porque algunas personas a mi alrededor también lo estaban teniendo (y no es que sea copiona; es que simplemente hay gente que inspira).

Pero bueno, el punto es que me animé, mandé mi solicitud a una universidad en el extranjero, los molesté hasta que me aceptaron y me dieron una beca, y ¡voilà! Cambié totalmente de ambiente.

No voy mentir: el problema no fue la llegada porque empecé a vivir con mi hermano entonces ya tenía todo listo (entiéndase casa, muebles y así). La cosa fue descubrir que jugar a ser adulto cuesta caro.

Al principio, pues me sentía bien chingona por la beca, estudiar en otro país y así... Pero después de par de meses y de que mi ex me cortó (sí, sí... en su tiempo me pegó), me di cuenta que la mayoría de las cosas no estaban bajo mi control (o el control de mis papás).  Además, en mi primer semestre ni entendía bien inglés (la verdad, la verdad) y saqué tan bajas calificaciones que ya meró me quitaban la beca. Entonces mi esfera de cristal se empezó aquebrar.

Pero eso no fue todo.  Tiempo después (omito detalles específicos porque me siento vieja), mientras estudiaba periodismo, me di cuenta que ésa no era mi pasión y que tenía que cambiar de carrera. Y la verdad, me costó mucho trabajo admitirlo porque además de las materias y la revalidación (que al final de cuentas ni fue un gran problema),  pues paradójicamente resulté tenerle miedo al verdadero cambio, al cambio personal.

En realidad, el cambio personal se basaba en dos cosas: la posible presión social y el miedo a cagarla.

Por una parte, el cambiarse de carrera no está tan bien visto. ¿A poco no han escuchado que los que se cambian de carrera son los chavos que quieren que sus papás los mantegan por más tiempo?

Por otra parte, tenía miedo a cambiarme de carrera porque la de periodismo ya la llevaba "bien avanzada" y yo tontamente pensaba que si no me había cambiado de carrera antes era por algo (Lógica Bárbara Gómez).

Al final de cuentas, lo platiqué con varias personas, hice planes a largo y a corto plazo, le platiqué el plan a mis papás, e inmediatamente me puse a buscar trabajos para tratar de recuperar la experiencia que había dejado ir. 

En menos de 3 meses, renuncié a mi trabajo vacilador de periodista, meti sobre carga académica, conseguí 2 nuevos trabajos relacionados con mi nueva carrera y empecé a voluntarear. En pocas palabras, mi agenda estaba hasta el tope y ya no tenía tiempo de mamacear.


Ya mero se cumple un año de que esto pasó y así como puedo decir que sí tomé una muy buena decisión (la mejor que he tomado hasta ahora), también puedo decir que jugar a ser adulto no es felicidad absoluta.

Por una parte, puedo decir que a veces extraño no hacer nada, tirarme en la cama y ver cómo pasa el tiempo. También extraño no manejar, no tener un horario y no tener que pagar impuestos.

Pero por otra parte, puedo decir que he aprendido a valorar a mi familia, a disfrutar del poco tiempo libre, y también a disfrutar del tiempo ocupado porque ahora sí disfruto de lo que hago.