En unos cuantos días sus amigos vendrían a visitarla. Mercedes tenía mucho tiempo de no verlos y por eso quería tener su casa bien arreglada, más que siempre, para dar una mejor impresión. Así que
lo primero que decidió hacer fue comprar un mantel para el comedor.
Entró a una tienda y vio varios manteles. Había de todos los tamaños, colores y precios, pero solo uno l
ogró cautivarla: fue el mantel blanco que estaba a la derecha de la caja. Mercedes no checó el precio. Tanto le había gustado que estab dispuesta a pagarlo en abonos con tal de tenerlo. Aunque afortunadamente el mantel estaba en oferta y
sólo costaba $58.00Entonces vio su cartera y nada más traía $30. Sin embargo, no había mucho problema porque la cajera le recordó que
tenían sistema de apartado y, además, todavía faltaban unos cuantos días para que sus amigos llegaran. Así que
dejó sus únicos $30 para que no le fueran a ganar el mantel.
Mercedes
regresó a la tienda al día siguiente. Mostró su comprobante y pasó a la caja donde aquel mantel blanco la estaba esperando:
- Restarían $28.00 por favor - dijo la empleada.
- Aquí están - y en eso Mercedes sacó un billete de $100.00 para liquidar
Entonces la cajera le entregó su cambio contando cada peso para que no hubiera ningún error:
-Le entrego: con $32.00, serían 50; y con otros $50, serían $100; y con otros $100, son $200.Mercedes volteó a ver el cambio y se sacó de onda, aunque su rostró no reflejó ninguna expresión. Ella
sabía perfectamente que había pagado con un billete de $100 porque era lo único que traía en la cartera. No se necesitaba ser muy inteligente o bueno en las matemáticas para darse cuenta que
la empleada le había dado cambio de más.
- ¡No mames! Con esto me puedo comprar la pulsera que vi en la tienda de allá atrás. O sino, con esto compro lo de la comida - pensó.
Mercedes dejó de ver el dinero. Lo dudó.
Le fue difícil realizarlo,
pero a fin de cuentas lo hizo:
- Señorita, le di $100, no $200. Y en seguida
le devolvió el billete que le pudo haber echado una ayudadita. Ni siquiera se fijó si la empleada le había dicho algo o le había dado las gracias. Simplemente Mercedes salió de la tienda y se dirijió a su casa a paso apresurado.
Cuando iba en el camino, Mercedes
no pudo evitar sonreír y sentirse bien. Pero
tampoco pudo evitar pensar en el “qué pendeja”. Sin embargo, ella sabía que había hecho lo correcto: no era su dinero, no tenía por qué disponer de él.